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El Cuento De La 'Islamofobia'

16 de Enero de 2015 // Mundanal Ruido #16

El Cuento De La 'Islamofobia'

Hace más de un cuarto de siglo la periodista Oriana Fallaci advertía que Europa se convertiría en Eurabia. Sus predicciones parecen ir tomando cuerpo... // publicado por: César Fuentes Rodríguez

Combatid a los que no creen en Alá ni en el último día, y no prohiben lo que Alá y su Apóstol han prohibido, y a todo aquel que no practique la religión de la verdad entre los que han recibido el Libro, hasta que hayan pagado el tributo con sus propias manos y estén humillados

Corán 9:29

 

 

Tras los sucesos del  7 de enero pasado en París, donde doce personas perdieron la vida a manos de terroristas religiosos, la libertad de expresión se ha convertido una vez más en tema candente. Al parecer, se trata de una noción condenada a revitalizarse con sangre. Cabe recordar una ocasión anterior que se dio en 2011, cuando la misma revista satírica, Charlie Hebdo, fue incendiada por idénticas razones. En aquella oportunidad los responsables de la editorial defendieron su visión diciendo que ellos no respondían a las normas de ninguna religión sino a las leyes de Francia. Y francés era Voltaire, quien irónica o satíricamente escribió: "Proclamo en voz alta la libertad de pensamiento y muera el que no piense como yo". De ahí se desprende la famosa máxima "no estoy de acuerdo con lo que usted dice, pero defenderé su derecho a decirlo con mi vida". La esencia de la libertad de expresión se halla en estas palabras.

Las religiones insisten en que su negocio es la paz aunque en su nombre se cometan las atrocidades más espantosas. En cualquier caso, el Islam ostenta el récord de muertes y atentados dentro y fuera de sus áreas de influencia, a las que denomina Dar-al-Islam ('la casa del Islam) y Dar al-Harb ('la casa de la guerra') respectivamente. El Corán está repleto de citas que invitan al odio y al asesinato de los infieles, es decir, de los no creyentes, y en él se regula estrictamente la vida del musulmán (de muslim, 'el que se somete'). La propia palabra Islam significa "sumisión", vale decir, un concepto por completo opuesto a la rebelión que sostiene la libertad de pensamiento y su implícito desafío a la autoridad. Porque la libertad se basa justamente en el derecho del hombre a examinar y rebatir todas las cosas, a comprobarlas por sí mismo sin confiar en lo que otros digan ni en las amenazas que se le impongan para impedírselo.

Occidente ha crecido y progresado en sus mejores aspectos gracias a este principio. De la crítica abierta a ideas, instituciones y personajes depende la oportunidad de cambiar lo pernicioso, lo corrupto, lo que no funciona en la sociedad. Si la crítica se trunca, la sociedad se envilece y la verdad se degrada.

Sin embargo, la libertad de expresión es un concepto que a veces ni quienes gozan de ella comprenden del todo. Así, mientras una parte de la población mundial reaccionó ante el atentado con el repudio debido, no faltaron las opiniones de que las sátiras de los historietistas eran muy fuertes, de que lastimaban las creencias que para muchos son sagradas, de que constituían una provocación gratuita, y hasta conceptos delirantes como el de que se trata de gente con una cultura diferente que siente las cosas de otra manera y por tanto hay que respetar sus desvaríos, como si hablásemos de alienígenas venidos de otra galaxia y no de humanos. Todos estos argumentos se parecen demasiado a los de los que, en los casos de violación, culpan a las víctimas por mostrar de más, por vestir provocativas o por el "algo habrán hecho" para que les pase eso.

Existe una ley universal que no viene de ninguna teología revelada sino de la pura razón. No importa cuál sea la agresión, la reacción siempre es responsabilidad del agresor. Matar a una persona porque hizo un dibujo controvertido no puede constituir una conducta que se pueda defender, ni justificar, ni siquiera consentir. Todo lo que no sea repudio implica simpatizar con los asesinos.

Así que vamos a decirlo de nuevo, una y otra vez, todas las que sean necesarias hasta que se entienda. LAS CREENCIAS Y LAS IDEAS NO DEBEN SER RESPETADAS. NUNCA. EN NINGÚN CASO. Creencias e ideas pueden ser perversas, equivocadas o simplemente estúpidas, y sólo cuando las sometemos a la razón, al debate abierto y a la intemperie de la realidad es que percibimos su auténtica naturaleza. Conviene recordar a propósito las palabras de John Stuart Mill en su insoslayable ensayo "Sobre La Libertad": "Es curioso que los hombres acepten la validez de los argumentos de la libre discusión pero objeten que se lleven estos “a un extremo”, sin ver que, si las razones no son válidas en un caso extremo, no lo son en ningún caso". La libertad de expresión se defiende completamente o no sirve en absoluto. ¿Por qué? Porque si uno sólo puede decir lo que otra gente quiere escuchar, entonces no hace falta la libertad de expresión ni el derecho personal de expresar opiniones.

Por otra parte, el respeto no se impone, se gana. Todo respeto impuesto no es más que miedo disfrazado. Por desgracia, hay demasiada gente seducida por el miedo, gente que en cuanto se toca el tema contesta sin asomo de vergüenza:  "cuidado que te van a poner una bomba", "con Alá no se jode", "si ya sabés que son fanáticos, ¿para qué provocarlos?", y toda una sarta de agachadas que ya son lugares comunes del eterno 'no te metás' de la mentalidad burguesa. Parecen felices de compartir el miedo que sienten y de infundírselo a los demás. Como si en el fondo admiraran a los terroristas, ya que para empezar les conceden el respeto.

En Europa cunde el término 'islamofobia', y se habla más de la derecha nacionalista de Marine Le Pen que del totalitarismo islámico, que es la raíz del problema. Mucho escriben los diarios acerca de un clima de prejuicio y violencia contra los musulmanes y del despliegue policial para custodiar las mezquitas, pero los presuntos incidentes "islamófobos" -a diez días del atentado- resultaron insignificantes y no causaron muertos ni heridos, mientras siguen reproduciéndose las alarmas por células terroristas dormidas a lo largo del continente. Se elude mencionar lo más obvio: que el Islam y su doctrina son incompatibles con la democracia, con los derechos humanos, con el laicismo y, desde luego, con las libertades básicas que representan el pilar de la modernidad occidental.

Las crueldades exaltadas por el Corán, el desprecio por las mujeres, los homosexuales y los esclavos, y la condena a los herejes y no creyentes son piedras fundamentales de la tradición musulmana y no se corresponden en absoluto con el espíritu de las democracias occidentales, sin importar lo imperfectas o corruptas que estas puedan llegar a ser. No se trata de un asunto de interpretación o de pareceres, sino de la cruda realidad. La ley musulmana (sharíah) condena la apostasía o abandono de la religión islámica con la pena de muerte (vigente en 13 países musulmanes) mientras desconoce la noción de "juicio justo" y prevé castigos bárbaros como la lapidación o la amputación para delitos menores. Ni hablar de la blasfemia. La sola idea de que una persona pueda elegir y ser moralmente responsable (es decir, la base del concepto de los derechos humanos) no tiene cabida en la sharíah, que considera indigno a todo aquel que no se someta a ella y en sus términos. Mientras se prolongaban las repercusiones del atentado, en Arabia Saudita (donde los ateos fueron declarados "terroristas" por decreto real), le propinaban 50 latigazos en público al bloguero Raif Badawi por "insultar al islam"; aún le faltan 950 y cumplir con diez años de cárcel. Clérigos y funcionarios cometen delitos sexuales y de lesa humanidad y, por el mismo sistema, se libran con tan sólo una fianza.

De hecho, hasta la figura de Mahoma, el profeta del Islam que no puede ser retratado ni burlado, resultaría moralmente inaceptable para cualquier infiel decente por sus muchas fechorías, su despotismo, su vida licenciosa, su relación opresiva hacia las mujeres (que incluye la consumación de un matrimonio con una niña de nueve años) y el modo bestial en que retribuye a quienes se le oponen. Si se describiesen sus acciones sin mencionar de quién se trata, muchos lo catalogarían, llanamente, como un terrorista.

La inmensa mayoría de los occidentales que se asoman a esta cuestión luego del incidente de Charlie Hebdo, desconocen por completo la naturaleza de la religión islámica y son fácilmente engañados por la prédica constante que habla del Islam como una "religión de paz, de igualdad y de concordia con todo el mundo". Ignoran no sólo el texto del Corán, la Sunna (las costumbres del Profeta o la tradición que las recoge) y los hadices (dichos y prácticas del Profeta) sino también las doctrinas derivadas de esos textos, como la condición belicosa e imperialista de la jihad y el procedimiento corriente de la taqiyyah, que aunque no tiene equivalente lingüístico en Occidente, solemos traducir como "disimulo" u "ocultamiento". La taqiyyah otorga a los musulmanes la dispensa de mentir y fingir ante los no creyentes para ganarse su confianza, volverlos vulnerables y poder así atacarlos, asimilarlos o destruirlos. Palabras exóticas como fatwa, mullah, ulama, kafir, qiyas, ijma, hadd, madrasa, dhimmi, otras que señalan la diferencia entre sunníes, chiíes y jariyíes, y muchas más necesitan una apropiada comprensión antes de abordar la problemática y generar opiniones.

El grueso de los artículos que pude leer luego del atentado realizan un análisis de tipo político eludiendo puntualmente el tema religioso. Y sin embargo, los terroristas entraron en la redacción de Charlie Hebdo al grito de 'Allah-u-Akbar' ("Alá es grande"). Podrán argüír que el móvil era político, incluso que los terroristas fueron idiotas útiles en manos de poderes ocultos o que se trató de lo que se denomina una "falsa bandera", pero basta recorrer algunos versículos del Corán con su odio desenfrenado hacia los infieles y el mandato del profeta de matar a todo el que se oponga a la palabra revelada para advertir que en lo religioso está la semilla del extremismo. Tal idea pudo comprobarse en los reportes de los maestros franceses de escuelas públicas, que cuando solicitaron en el aula el minuto de silencio de rigor por los fallecidos o intentaron hablar de la libertad de expresión, sólo recibieron burlas y provocaciones de parte de los alumnos mahometanos. Difícilmente haya sido otra la actitud en las mezquitas de Europa. Quizás no resultó así en la amplitud de la comunidad islámica que vive en el Viejo Continente y está compuesta por los inmigrantes y la gente de todos los días que convive con los infieles y comparte con ellos los mismos problemas cotidianos, pero en el ámbito de lo religioso no parece arriesgado conjeturar una condescendencia hipócrita rayana en la aprobación -por decir lo menos- del múltiple crimen de Charlie Hebdo.

A la parte no musulmana del planeta rara vez le llegan los discursos de los líderes religiosos del Islam y cuando el escaso espacio que dedican los noticieros a asuntos internacionales divulga uno traducido, se los toma por locos imaginándolos aislados de la doctrina del Islam y dedicados a la promoción de la violencia de una minoría. Sin embargo, cuando uno va a los textos sagrados comprueba que son esos mismos líderes feroces los que siguen al pie de la letra el mensaje y, muy por el contrario, los moderados que buscan una interpretación distinta se ven en figurillas para tratar de acomodar los pasajes aborrecibles dentro de una visión más humana y tolerante. El filósofo francés Michel Onfray cuenta en su "Tratado De Ateología" cerca de doscientos cincuenta versículos entre los 6235 del Corán que justifican y legitiman la guerra santa. Y comenta: "Un libro que data de principios del siglo VII, hipotéticamente dictado a un cuidador de camellos analfabeto, decide en detalle la vida cotidiana de millones de hombres en tiempos de la velocidad supersónica, la conquista espacial, la informatización generalizada del planeta, del "tiempo real" y universal de las comunicaciones, del descubrimiento de la secuencia del genoma humano, de la energía nuclear, de los albores de lo posthumano". Porque la intención del Islam es controlar a través de su Libro y de su Ley todas las instancias de la vida del individuo en lo privado y en lo público, y le exige total devoción y sometimiento a su doctrina, incluso una suerte de conscripción para la jihad, puesto que, como decía el ayatollah Khomeini: "El islamismo obliga a todos los adultos varones, con la única excepción de los discapacitados, a prepararse para la conquista de otros países a fin de que el mandato islámico se obedezca en todos los países del mundo". Cualquier medida progresista o logro en las libertades dentro del panorama islámico moderno fueron conseguidos oponiéndose o contradiciendo la religión del Islam y no gracias a ella.

El gran crítico político y religioso que fue Christopher Hitchens recomendaba el libro de Ibn Warraq "Por Qué No Soy Musulmán"¹. Allí se lee:  "Los liberales occidentales suelen buscar explicaciones externas —es decir, externas a los individuos y sus creencias— para toda conducta que no alcanzan a comprender. La conducta de Hitler no puede achacarse al Tratado de Versalles o a la situación económica de los años veinte o treinta: no hay más justificación para ella que la maldad. Asimismo, los fundamentalistas islámicos son utopistas visionarios que quieren reemplazar las democracias liberales de estilo occidental por una teocracia islámica, un sistema fascista de pensamiento que pretende controlar todas las conductas de los individuos". Se alega que las causas del terrorismo tienen que ver con la pobreza, la falta de oportunidades o con la injerencia occidental en asuntos que no le conciernen a Occidente, pero los mismos problemas con respecto a otras religiones no desencadenan tantos actos terroristas ni de semejante magnitud.

Huelga aclarar que quienes padecen más seriamente el régimen islámico son los propios musulmanes que viven en el Dar-al-Islam, vale decir, en los territorios dominados por su religión. Pero últimamente se han reportado en ciudades de Inglaterra, Alemania y otros países europeos intentos de instaurar una "Policía de la Sharíah" -¡con uniforme!- para amonestar a musulmanes o a gente que transita por barrios de mayoría musulmana con respecto a sus costumbres sobre el juego o el alcohol ². Es decir, se manifiesta la intención de constituir un estado regido por la sharíah dentro de un estado democrático. Alarmante como esto parece, resulta más alarmante aún la flojera con la que responden las autoridades ante estos atropellos. Sostiene Ibn Warraq: "El problema con los liberales y humanistas occidentales es que son amables, patológica y mortalmente amables. Creen que todo el mundo piensa como ellos, que todo el mundo —incluidos los fundamentalistas islámicos— desea las mismas cosas, tiene los mismos objetivos en la vida. Para los humanistas, los terroristas no son más que ángeles desilusionados, frustrados por el Gran Anarquista que es Estados Unidos. Los humanistas son tan amables que incluso invitan a terroristas a hablar en sus ciclos de conferencias". Occidente se odia a sí mismo y vive la culpa de intervenir en Medio Oriente con remordimiento insoportable. Supone que tolerar lo intolerable es el camino para expiar sus crímenes de más allá de las fronteras sin entender que quienes ya se consideran sus enemigos jurados lo menosprecian aún más a causa de esta actitud. Los mismos que en algunos casos reprenden a sus intelectuales y periodistas por dibujar a Mahoma, permanecen impasibles ante las marchas a plena luz del día de jihadistas que proclaman en sus pancartas "degüellen a los que se burlan del Islam", "El Islam dominará el mundo", "La Sharía es la solución, Libertad vete al infierno" o "Europa es el cáncer, el Islam es la cura". Temen caer ellos mismos en la "islamofobia", y por ende la tremenda reacción que llevó a millones a manifestarse en las calles por la libre expresión portó carteles con el tibio lema "Je suis Charlie" en lugar de los dibujos del Profeta que el semanario publicó y que hubiesen constituido prueba elocuente de la libertad de expresión que la marcha proponía. Hubo gestos bochornosos como el dirigido a la activista por los derechos de las mujeres Ayaan Hirsi Ali ³, quien habiendo sido mutilada sexualmente en su Somalía natal y habiéndose proclamado toda la vida contraria al totalitarismo mahometano, iba a recibir de la Universidad Brandeis de Massachussets (U.S.A.) un título honorífico por su labor de librar de la esclavitud y la ablación a las niñas musulmanas pero la institución revocó el ofrecimiento a último momento luego del atentado por considerarla antimusulmana.

La lucha contra el terrorismo tiene muchas opciones, y una buena parte de ellas pasa por que las potencias occidentales se manejen responsablemente a la hora de intervenir en los países de la órbita islámica, que dejen de financiar secretamente a los fundamentalistas según su conveniencia y que apoyen en cambio a los grupos laicos y democráticos en cada nación. Es decir, que abandonen la hipocresía política que los ha caracterizado.

Paralelamente, si hablamos de frenar el terrorismo en Occidente se hace cada vez más importante profundizar los propios valores laicos y democráticos que se vienen construyendo desde el Iluminismo. La separación de Iglesia y Estado nunca ha sido tan completa como debía y al día de hoy sólo Noruega (en 2012) lo ha logrado del todo a través de su Parlamento. No sólo los estados no deberían subvencionar a ninguna religión sino que, por el contrario, todas ellas deben pagar impuestos, los más altos posibles a causa de que su actividad no resulta productiva en modo alguno. Y junto con los impuestos, resulta indispensable quitarles todo privilegio, incluso excluirlas de actos, participaciones y ceremonias estatales. Al convertirse en instituciones ciudadanas (es decir, con los mismos derechos y obligaciones que cualquier ciudadano) su responsabilidad ante la ley y ante el fisco las forzará a rendir las mismas cuentas, y se conocerá el origen de sus fondos y el tenor exacto de sus actividades. En cuanto a los inmigrantes, los mismos derechos y obligaciones deben ser garantizados sin sombra de exclusión pero con la firmeza debida. Todo ciudadano de una nación está obligado a cumplir sus leyes, y el que llega no puede esperar que el país se adapte a su cultura sino adaptarse él mismo para mejor enriquecer con su cultura al país. Esa es la manera en que siempre ha funcionado con éxito la inmigración, dando y recibiendo en igual medida.

La "islamofobia" no es más que el cazabobos de moda, diseñado a propósito para acallar a los detractores del Islam y a todo aquel que quiera quebrar la burbuja de comodidad e indiferencia que proponen los discursos oficiales. El término es objeto de controversia desde hace mucho y ya lo había defenestrado en una carta abierta el escritor Salman Rushdie, víctima del edicto religioso de búsqueda y asesinato que el ayatollah Khomeini puso sobre su cabeza en 1989 por su novela "Los Versos Satánicos": "Nos negamos a renunciar a nuestro espíritu crítico por el miedo a ser acusados de 'Islamofobia', un infame concepto que confunde la crítica hacia el Islam como religión y la estigmatización de aquellos que creemos en ella". Más claro aún fue el filósofo Pascal Bruckner, quien denunció que el neologismo fue creado para desviar la atención de las intenciones de los islamistas, puesto que "niega la realidad de una ofensiva islámica en Europa para justificarla; ataca el secularismo para equipararlo con un fundamentalismo. Sobre todo, intenta silenciar a aquellos musulmanes que cuestionan el Corán, que demandan igualdad de sexos, que reclaman el derecho a abandonar la religión, y que quieren practicar su fe libremente sin someterse a los dictados de los barbudos doctrinarios".

Un mundo globalizado donde nos respetemos y toleremos unos a otros es, sin duda, una gran meta. Pero no representa la realidad. Para hacer efectiva la meta, se vuelve indispensable llamar a las cosas por su nombre y enfrentar los problemas en toda su dimensión.

Con verdad, con valentía y con denuedo. Como los caricaturistas de Charlie Hebdo nos enseñaron.

 

 

 

 

 

 

 

¹ Ibn Warraq es el pseudónimo de un autor nacido en 1946 en el seno de una familia musulmana de Rajkot, India, y que actualmente vive en Estados Unidos. Por su condición de apóstata y de crítico del Islam, debe ocultar su identidad. El libro publicado en 1995 lleva ese título en relación al del Premio Nobel Bertrand Russell "Por qué No Soy Cristiano".

² He aquí un par de artículos relacionados: http://alianzacivilizaciones.blogspot.com.ar/2013/01/patrulla-musulmana-impone-la-ley.html y http://internacional.elpais.com/internacional/2014/09/13/actualidad/1410633020_142893.html

³ Para mayores referencias, Ayaan Hirsi Ali fue quien escribió el guión para el audaz cortometraje "Submission", que denunciaba las condiciones de la mujer en el Islam. La película fue realizada por el cineasta holandés Theo van Gogh, y a causa de ésta fue asesinado poco después por un islamista neerlandés de origen marroquí en plena calle. Como consecuencia de las amenazas de muerte que pesan sobre ella, Hirsi Ali vive oculta y vigilada permanentemente por guardaespaldas.

 

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