Esta nota fue escrita a pocos días de la proclamación del nuevo Papa y contiene mis opiniones de aquel momento. La transcribo como estaba por respeto a la letra escrita y a continuación realizo algunas consideraciones pasados siete meses. // publicado por: César Fuentes Rodríguez
Con tristeza, con desaire, con estupor contemplé a través de la pantalla el inevitable desenlace de la comedieta vaticana en el balcón, ese suspenso calculado a la manera de Hollywood al momento de anunciar el premio a la categoría máxima de los Oscar. Cuando en mitad del texto en latín el cardenal francés dejó caer el "Bergoglio" asimilé de inmediato el peso de las desgracias que se avecinan.
Para un ateo como yo, la importancia de la Iglesia Católica en el mundo no puede ser soslayada. Disiento profundamente con quienes piensan que ya no tiene tanto poder o que no es capaz de hacer tanto daño. Muy por el contrario, su poder es hoy tan peligroso como en cualquier etapa de su criminal historia. La prueba está en la tremenda injerencia mediática que consigue, ni siquiera los mandatarios o los artistas atraviesan todas las capas de la sociedad de una manera tan sucinta. A poco de conocerse la noticia, las redes sociales estaban colapsadas mientras los canales de televisión parecían transmitir en cadena a partir de la mismísima imagen de la fumata blanca. Independientemente de la opinión que cada persona en el mundo tenga de ellos, los papas hacen llegar su mensaje a más gente que nadie. Y su influencia política, económica e ideológica es inmensa, por no decir determinante.
Ahora bien, como escribió Fernando Vallejo, "no hay papas buenos ni malos, hay papas peores". Amén de la tragedia del advenimiento de un nuevo pontífice, con las particulares manías y maquinaciones que trae cada uno a cuestas, desde la muerte de Albino Luciani (Juan Pablo I) en los '70s, cabe preocuparse por la nacionalidad del elegido. Un papa argentino representa un desastre para los que vivimos en la Argentina, en especial para los no católicos y sin excepción para los no creyentes. Zafaron en el último tiempo los alemanes gracias a su idiosincrasia y alto nivel de escepticismo religioso, pero no la pasaron tan bien los polacos con Karol Wojtila (Juan Pablo II) que se entrometió en las políticas de su país tanto como pudo.
Podemos imaginar las intenciones del cónclave que designó a Francisco I. Divididos entre conservadores y ultraconservadores, los cardenales buscaron una opción que le permitiera al Vaticano mantener su hoy por hoy mayor bastión de fieles: Latinoamérica. Las masas crédulas del continente son vastas pero se hallan en condición de riesgo. Un severo competidor le surgió a la Iglesia Católica en décadas recientes. El evangelismo carismático, a través de sus infinitas y multiformes sectas, viene drenando de feligreses las parroquias gracias a un discurso más complaciente en lo teológico, más acomodaticio en lo sexual y más informal en el contacto humano. Su penetración en las cárceles y las villas miseria tiene la inmediatez de lo instantáneo, y los pastores no necesitan estudiar latín ni hacer largos cursos de seminario para predicar. Cualquier oportunista semianalfabeto con una Biblia en la mano se convierte en líder de almas de la noche a la mañana. Lo que quiero decir es que corremos peligro de quedar en medio de una nueva guerra santa o, cuando menos, de un clima enrarecido. Es conocido el celo de los cristianos a la hora de calumniarse y matarse entre sí. Siglos de intolerancia religiosa que se remontan al origen mismo del cristianismo confirman nuestra aprensión. No debería extrañarnos que el nuevo papa se abocase a una campaña de recuperación de fieles utilizando los trucos y las chicanas que recoge en abundancia la historia eclesiástica, ni hay que descartar la virulencia que puede desplegar la reacción evangelista, unos como otros ciegos a causa de su ambición y su absurda doctrina. Ciertas bombas no lo son hasta que se les instala una mecha.
Otras consideraciones incluyen la mediación político-económica. Son tiempos de cambio y el viraje en el continente de las prácticas neoliberales hacia el populismo demagógico (sin que tales prácticas vayan camino a cesar por más que los demagogos traten de disimularlo) no puede haber pasado desapercibido para la Curia Romana. La tendencia izquierdista de algunos de esos gobiernos, como el venezolano, se veía mitigada en lo religioso por la fe que profesaba con insistencia el recientemente fallecido Comandante Chávez, y eso a pesar de sus notorios encontronazos con la jerarquía clerical. Por lo demás, sus aliados más o menos constantes en Argentina, Brasil, Ecuador, Bolivia o la mismísima Cuba (donde el antecedente de cuando Juan Pablo II echó pie a tierra en 1998 no debe pasar desapercibido) recibieron ese mensaje cristiano de refilón. Nada está perdido -habrán elucubrado en el cónclave- un papa argentino servirá tácticamente en la región para capitalizar el momento y retar a los más díscolos. No hace falta detallar los enfrentamientos de Bergoglio con Néstor y Cristina Kirchner, se encuentran debidamente documentados, y tampoco resulta necesario aclarar que no es lo mismo tratar con un arzobispo que con un papa. Sea como sea, y conociendo el temperamento de la primera mandataria argentina, estamos en el horno. Ojalá le plante cara y todo desemboque en un hoy impensable revés para la Iglesia donde hasta se cuestione finalmente el injusto sostenimiento del culto católico a través de los impuestos de los argentinos. Si así fuese, contará con mi admiración. Al presente, sólo Noruega, de entre todos los países, se atrevió a cortar el cordón umbilical tributario con su Iglesia nacional. Un papa latinoamericano no representa ni por asomo un hecho tan revolucionario como que un gobierno latinoamericano y votado por el pueblo sacuda las cadenas del gravamen feudal que mantiene a la ciudadanía prisionera de la opresión religiosa desde siempre. ¡Qué maravilloso sería que los curas y los obispos paguen Ganancias, y no los trabajadores!
Pero basta de futurología barata... Hablemos del desastre que ya se produjo.
En un país idiotizado por el fútbol y por el nacionalismo de beso en la camiseta, la elección de un papa argentino generó un episodio de orgullo equivalente al triunfo deportivo. Repito: quienes sostienen que la Iglesia Católica ya no tiene la misma significación en nuestros días, deben considerar la euforia y el festejo que desató el nombramiento de Francisco I entre sus compatriotas. La eterna estupidez local insiste con eso de que "Dios es argentino", así que no era de sorprenderse que el canchero medio saliera a fanfarronear proclamando "¡Je!... ¡Y ahora hasta el papa!". Esto recién empieza. Habrá que acostumbrarse a la idea de las remeras y las banderitas con la cara de Bergoglio, al aumento de la devoción piadosa hasta en los tilingos menos pensados, al fanatismo patriotero de los que vitorean al susodicho por coincidencia de nacimiento o de cuadro (no escaseará el hincha de San Lorenzo que te lo diga), al boato de cholulos que aglomerará las eventuales visitas que realice al país y, sobre todo, a la negación indiferente u obstinada de sus antecedentes "porque al fin y al cabo es argentino, y eso es lo que cuenta, ¡che!". Es difícil ocultar sus renuncios en la época de dictadura, cuando se desentendió de los dos curitas de su orden en las garras de los represores, porque el asunto salió a la luz mucho antes de que el papado fuese una posibilidad. Al Vaticano no le importan esas cosas. Se ha permitido excomulgar a artistas y teólogos porque su pensamiento no coincidía con el dogma, a políticos y figuras públicas porque se casaron en segundas nupcias o tuvieron comportamientos sexuales heterodoxos, pero no le negaron jamás la comunión a un genocida o a un criminal de guerra. ¿A cuánto asciende el número de los nazis excomulgados desde el ascenso del Tercer Reich? En números redondos: ¡ninguno! Joseph Ratzinger hizo su parodia de contrición en Auschwitz y exclamó "¿Por qué, Señor, has tolerado esto?". Muy amnésico de su parte, puesto que fue Su Iglesia la que lo toleró todo sin oponer resistencia y hasta con una caricia en el lomo. De manera que, si la mafia vaticana no se avergonzó nunca de un papa colaboracionista y simpatizante del régimen como Pío XII, ¿le iba a temblar el pulso para consagrar a un pontífice apenas salpicado por una relación inconveniente con una dictadura menor latinoamericana?...Peccata minuta, pecados veniales, nada que perturbe el esplendor mediático del cónclave, cuyos integrantes fueron amenazados con la excomunión si usaban Twitter pero no se les cuestionó por los escándalos de pedofilia que brotan a su alrededor como hongos. Y el hincha que todavía glorifica los seis goles de fantasía a Perú para que la Selección pasase las semifinales de 1978, ¿va a dejar que le arruinen por esa pavada el festejo de gol de un papa con la celeste y blanca?
Hay que prepararse para luchar contra el oscurantismo que viene. Ya era difícil ganar terreno para las libertades sociales más básicas, campañas de educación sexual o derechos igualitarios para las personas de cualquier sexo. Quedan trágicamente en el tintero las discusiones por el aborto libre y gratuito, la despenalización y eventual legalización de las drogas, la viabilidad del uso de células madre y tantas otras cuestiones que la Iglesia obstaculiza con su prédica inmovilista. En asuntos relativos a la sexualidad, la reproducción y el derecho sobre el propio cuerpo, la Santa Madre se reserva el privilegio de vetar, combatir y hasta anatematizar los intentos por alcanzar metas progresistas y consensuadas echando mano del más campante autoritarismo. El nuevo papa se ha mostrado paladín de la inflexibilidad en estos temas en el pasado y también habrá que lidiar con él de manera directa o indirecta cada vez que vuelvan a ponerse sobre el tapete. ¿Cómo olvidar que cuando se votaba en el Congreso la ley de matrimonio igualitario, la Iglesia vernácula orquestó su propaganda negativa desde los púlpitos y pagó de su bolsillo (es decir, del nuestro) micros escolares para que transportaran hasta la plaza a las ovejitas que se salían de la vaina por ventilar su santa indignación? ¿Será necesario repasar los estragos que la oposición vaticana al empleo del condón provocó en el mundo, y el escozor que generó aquí mismo?
Por último, me asombra la candidez de aquellos que aventuran que, por lo menos, éste será un papa que se acordará de los pobres. De hecho, los papas siempre se acuerdan de los pobres, están en todos sus discursos desde hace dos mil años. Y, salvo cuando los explotan, no hacen otra cosa por ellos. El propósito último de la Iglesia como cuerpo funcional es mantener su poder y capacidad económica intactos, se trata de una empresa en toda regla con mandatarios, delegados, contadores y nuncios. Sus negocios sucios más recientes incluyen timos bancarios, estafas al fisco y tráficos encubiertos. Pero su propia actividad es fraudulenta por naturaleza. Vende un paraíso que no se puede ver ni comprobar a cambio de obediencia, favores, credulidad, influencia y, eventualmente, dinero contante y sonante. Y no me refiero solamente a la venta de indulgencias que fue escándalo en el siglo de Lutero y dio origen al protestantismo. La persuasión es sólo una herramienta en su caja. Aún echan mano de la extorsión, la amenaza y la intriga, dado que el terror armado y la tortura han pasado de moda gracias al empuje humanista de la civilización moderna. O en todo caso, dejaron esos métodos en mano del brazo secular de dictaduras y capitalismos varios. Su principal instrumento es la hipocresía. Así, quienes viven en palacios de techos dorados se regodean clamando por los desposeídos en sus chozas sin arriesgar una moneda de sus arcas. Envían curitas alucinados y desechables a hacer el trabajo sucio de mezclarse con la gente de los arrabales mientras la empresa sigue facturando sus ganancias y reinvirtiéndolas en negocios, digamos, no exentos de sospecha. La mentira es la piedra basal no sólo del catolicismo sino del cristianismo como tal. No se trata de una característica sino de su esencia. Francisco I, como jesuita, lo sabe bien, ya que el fundador de su orden, San Ignacio de Loyola, es el autor de la famosa máxima: "debemos sostener lo siguiente: lo que ante mis ojos aparece como blanco, debo considerarlo negro, si la jerarquía de la Iglesia lo considera así". Es decir, la Iglesia no tiene autoridad moral para hablar de nada. Moral es hacer lo correcto a pesar de lo que te digan; inmoral, en cambio, es hacer lo que te dicen aunque no sea correcto.
Por si no se entendió, estoy hablando de la institución más corrupta y sangrienta que produjo la humanidad en su ya de por sí cruel y encarnizada historia, sin competencia a la vista.
No imagino ningún orgullo o beneficio posible de tener un compatriota que esté a la cabeza de tan macabra organización.
César Fuentes Rodríguez
[ACLARACIÓN DE RIGOR: no soy K, no soy anti-K, no soy chavista, no soy anti-chavista, no soy de izquierda, no soy de derecha, tampoco de centro. Me considero un ciudadano del mundo que ha nacido en la Argentina y usa su propio criterio. Toda interpretación maliciosa de mi orientación política corre por exclusiva cuenta del eventual lector, al cual no me interesa agradar ni ofender, sólo compartirle humildemente un pensamiento. Es el tipo de editorial que los diarios ya no publican. Por suerte existe Internet]
Adenda 18/10/2013
Siete meses más tarde, no ha cambiado gran cosa en el panorama, más allá de la observación del "estilo" del nuevo Papa, que muchos elogian cándidamente por su humildad e informalidad. Ciertamente crear golpes de efecto en los ingenuos creyentes o los tibios cholulos que cunden en todas partes, no resulta difícil, pues sólo ven lo que quieren ver. Una sonrisa de abuelito, el trato afable con todo el mundo, la renuncia a trasladarse en la limusina vaticana o el uso de zapatos negros corrientes implican un notorio cambio de imagen con respecto a la del principesco Benedicto XVI. Sin embargo, se trata apenas de eso, de un cambio de imagen; que puede ser espontáneo o planeado, no importa en realidad. Se habla de que Francisco está limpiando de corrupción la cúpula vaticana, aunque hasta el momento se ha limitado a reemplazar algunos alfiles y poco más. Se comenta que ha rechazado a algunos pederastas de su entorno y apartado a otros sobre cuyas cabezas pesaba el escándalo (no, el cura Grassi no está entre ellos) pero es sabido que esto ya ocurría bajo el papado de Ratzinger y que la Iglesia estaba perdiendo millones en juicios por todas partes donde las víctimas reclamaron justicia ante tribunales civiles. Y a la Santa Madre nada le gusta menos que perder dinero. Se rumorea que el Papa ve con buenos ojos quitar algo de presión sobre los temas sexuales que tanto obsesionan al clero, y no obstante las declaraciones que ha hecho hasta el momento Bergoglio no revelan nada al respecto: el aborto sigue siendo un asesinato, tener sexo sin buscar hijos equivale a pecar, y los homosexuales padecen una enfermedad por la cual se los debe compadecer. No olvidemos que se trata de la misma persona que cuando era arzobispo convocó a una "guerra santa" mientras el Senado debatía la ley de matrimonio igualitario y llamó a ésta "plan del Demonio". Se habla de que es "el Papa de los pobres", pero no ha hecho nada real en favor de ellos; podrá salir a comprar el diario en una esquina como cualquier viandante y lavar los pies de docenas de peregrinos pero él mismo mora en un palacio fastuoso y los obispos que dependen de él se dan vida de reyes aun en los países del Tercer Mundo, mantenidos por los impuestos que paga el pueblo.
En la Argentina reina la misma complacencia futbolera y nacionalista que cuando fue proclamado, y la propia presidente se encargó de fomentar el fenómeno cuando viajó a Roma para presenciar la asunción y se comportó como una adolescente bobalicona frente a un ídolo de la canción. ¡Quién lo hubiera dicho! Se rindió ante el viejo enemigo sin disparar un solo tiro y dispuesta a toda humillación. No en vano amplios sectores del kirchnerismo quedaron desconcertados ante su actitud y tuvieron que recomponer sus posturas a las apuradas para no quedar desfasados con su conductora. Honra merece su par José Mugica por declarar que Uruguay es un país laico y no ir corriendo a besar la mano de un mandatario extranjero como un vasallo arrepentido.
Las investigaciones por la colaboración de Jorge Bergoglio con la dictadura también cayeron en un limbo, puesto que Página/12, el diario que las llevaba adelante y obedece puntualmente las directivas del gobierno, dejó de publicarlas en cuanto Cristina Fernández llevó su gesto de sumisión al Vaticano. Y entre otros, el cristiano Premio Nobel De La Paz Adolfo Pérez Esquivel, quien hace sólo ocho años afirmaba que el arzobispo no debía ser elegido Papa porque su comportamiento frente a la represión organizada había sido como mínimo “ambiguo”, salió mágicamente a desdecirse y a certificar que no fue un colaboracionista y que era víctima de una campaña de desprestigio. La Justicia calló de golpe. El crucifijo que cuelga vergonzosamente en las paredes de los juzgados se ríe otra vez de los ciudadanos.
Por lo demás, si este pontífice consigue gracias a su carisma que la Iglesia Católica tenga mejor imagen, eso simplemente representa una desgracia más en la lista. La institución más corrupta y perniciosa que se haya conocido tiene ahora una cara más simpática. Eso sólo quiere decir que sus crímenes pasarán más desapercibidos.