Mundanal Ruido. La columna de opinión de César Fuentes Rodríguez. // publicado por: César Fuentes Rodríguez
Todavía persiste. No importa cuántos años hayan pasado ni las cosas que se han visto. Hay prejuicios que yacen anclados a la conciencia como durmientes en la vía de un tren. Les decís que escuchás heavy metal y de inmediato tratan de cotejarte con el estereotipo que tienen en mente, una especie de cavernícola analfabeto de la era pre-digital.
Es algo que no tiene remedio, probablemente. Hice algunas entrevistas con motivo de la salida de “Iron Maiden: El Viaje de la Doncella” y en un par de programas de radio de interés general me hicieron preguntas de esas que nunca dejan de sorprenderme y que se resumen en esta idea: “¿Vale la pena escribir libros para los metaleros?”. De algún modo, la gente de a pie alberga la idea de que los heavies son iletrados, que les resbalan los datos de la cultura o las delicias del refinamiento estético, que no cultivan otra actividad intelectual que no sea alienarse con un ruido atroz y cabecear hasta desnucarse. Parecen desconocer que, desde la época más remota de su entronización, el género produjo más revistas especializadas en todo el mundo que ninguna otra corriente del rock. Y las revistas, alguien las lee. Toda la maldita Internet está saturada de sitios consagrados al Metal que dedican verdaderas constelaciones de bytes a informar sobre el presente, el pasado y el futuro de la movida, con debates, crónicas y elucubraciones incluidas. Y son páginas que alguien consulta. Las biografías, ensayos y apuestas editoriales que documentan e indagan sobre las raíces, el fenómeno y los avatares del rock pesado van en alza y, de hecho, vienen lanzándose regularmente desde siempre. Y esos libros, alguien los compra. Entonces, ¿quiénes son los que viven en su burbuja y no se enteran? El que no sabe es como el que no ve, diría el Mendieta de Fontanarrosa.
Y eso sin mencionar siquiera el fenómeno por dentro: el rico entramado de referencias históricas, literarias o filosóficas en las letras, la variedad y profundidad de los tópicos, o el exquisito enganche con la mejor tradición musical de Occidente. Todo eso el lego se lo pierde de plano, lo sabemos de sobra.
Hace un tiempo saltó una noticia que levantó bastante polvo acerca de un sondeo realizado por un catedrático de la Universidad de Warwick (Inglaterra) que arrojó increíbles resultados. Según los reportes, el Heavy Metal es la música preferida de los niños superdotados del Reino Unido. Más de un tercio de los encuestados declararon que el Metal era su estilo favorito y no los que tradicionalmente van asociados a las mentes más despiertas, como el jazz o la música clásica.
Tengo que reconocer que la revelación ni me sorprende ni me hace falta. No requiero de ningún estudioso que me diga lo que puedo comprobar por mis propios medios todos los días, y además no albergo la pretensión de afirmar que la inteligencia o la cultura van asociadas a un determinado estilo de música. Hay demasiados factores, demasiadas razones como para no caer en esas simplezas y abordar un nuevo prejuicio.
Repito. Que quienes no tienen idea de lo que el Metal significa, saquen conclusiones erróneas o hasta ridículas, no me molesta. Por algo están en el afuera: que se informen, que se curtan o que se jodan; al fin y al cabo ellos se lo pierden.
Pero que los que sí saben de qué va la cosa le hagan propaganda a los equívocos… Eso es distinto. Cuando ciertos fanzines, ciertos blogs, ciertos personajes e incluso ciertas bandas hacen la apología de la estupidez y la incultura, te tiran el mensaje de que cuanto más ignorante, más cerrado o más ciego sos mejor representás el papel, o directamente quieren hacerte creer que esos son los aspectos que describen al individuo típico de la movida, ahí es cuando me falla la paciencia. Porque tengo por seguro que quien te quiere imbécil es para dominarte mejor o para ponerte a su mismo nivel de mediocridad y -ya sea por intención o por desidia- le conviene que nadie asome la cabeza por encima de la línea de fango que nos nivela a todos.
Corregime si estoy errado, pero yo creo que siempre nos valió la pena ir a más.